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sábado, 27 de noviembre de 2010

LA CURVA





La visibilidad era casi nula. Se había echado una niebla densa, casi moldeable. Caminaba por la orilla de la carretera.
Oía las olas que rompían en el acantilado, y a las gaviotas luchar nerviosas por los restos del pescado de la lonja. Ya se podía decir que había amanecido.
Al llegar a la curva, abrí la urna y posé las cenizas sobre la hierba. Hacía 48 horas que él había pasado por esa misma curva, con la misma niebla, y los mismos sonidos cercanos, pero no pudo pasar de allí. Una ironía que su última voluntad escribiese que depositase sus restos en el lugar que nos besamos por primera vez.








Autor: Gabriel del Molino









1 comentario:

Marcos Callau dijo...

Muy buen ambiente el recreado aquí. Un final muy emotivo. Enhorabuena por tu relato breve.

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