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sábado, 28 de enero de 2012

PERRO EN COMÚN












Aunque somos pobres, a los habitantes de este vecindario nos gustan los perros. En otros barrios, los apedrean y maltratan. Algunos son ahorcados en las farolas o destripados en las cunetas.


Este perro apareció por nuestra calle, tan esquivo como maltrecho. Era una extraña mezcla de galgo y de fox-terrier, un perro vulgar y silvestre: un perro común. Cojeaba ligeramente de su pata derecha trasera y no paraba de rascarse. Con las orejas gachas y la cola entre las piernas nos miraba de lejos y al menor gesto nuestro se alejaba asustado. Como tenía hambre no costó mucho acercarse para darle de comer algún resto o tirarle unos huesos. Un día fue un vecino el que le dio los restos de un asado; al día siguiente, otro; y así lo fuimos adoptando. Cada uno le daba lo que podía, en turnos improvisados. Poco a poco permitió que nos acercáramos y finalmente alguien le rascó la cabeza. Llegó el momento en que, tras una colecta, lo llevamos al veterinario.


Ahora no cojea, no se rasca más, está vacunado, lleva una placa y un chip con su nombre, el nombre de nuestro barrio y mueve la cola cuando nos ve. Va de una casa a la otra y duerme donde le apetece. Ya no es un perro común; es un perro en común, lo que no es lo mismo, aunque lo parezca.




Es que en este barrio somos pobres, pero solidarios.




Autor: Fernando Ainsa







sábado, 21 de enero de 2012

POST MORTEM




Pero tú quién eres, pregunta cada noche el esqueleto de María al que fue su marido, abriendo mucho los ojos atónitos. Él mira con infinita ternura esos huesos arrasados de alzheimer donde estuvieron los pómulos de María y toma en brazos las ruinas que dejó su muerte. Es hora de acostarse, chatica, le dice, y la lleva en volandas hasta la cama. Si una de las tibias se cae por el camino vuelve a recogerla como si tal cosa y la pone en su sitio. Al amor de tu vida debes serle fiel hasta la médula.






Autora: Patricia Estebán


sábado, 14 de enero de 2012

HORIZONTE





Bajo un crepúsculo rosa, en un frío atardecer de diciembre, un perro gime mientras golpea insistente una puerta iluminada, es una demanda prudente incluso ingenua, sin embargo la caja de resonancia de los edificios en círculo de esta manzana multiplican el lamento que llega a mi balcón.
Yo no quiero un perro, no quiero un perro, pero cada tarde me apeno con su lastimero duelo de fidelidad rota, reflexionando sobre la curiosa decisión adquirir una mascota para arrumbarla junto al mobiliario de hierro forjado, y mesa de cristal en la que yace una sombrilla mustia en semestres frescos.
El perro busca infructuosamente la pelota con la que entretiene sus solitarios y ahora gélidos días, pero la coló en los tejados de uralita que lindan con su prisión/ terraza. Abandona momentaneamente la puerta iluminada, camina un poco, ahora insiste en el rascado de un cristal oscuro, anhelado que alguien, con más alma, dormite a oscuras en un sofá, se apiade de él y le ofrezca caricias y cobijo.
Mi hija si quiere un perro, demanda un perro, yo se lo vengo negando día a día, año a año, hasta esta última mudanza,.
Hoy mientras fumaba mirando este horizonte enladrillado de patio de vecinos , en el que adivino crepúsculos he tomado una decisión, este año Papá Noel le traerá una mascota, no el labrador que ella había apuntado, sino un perro más pequeño , tampoco un cachorro, sino un animal que está olvidando su infancia, un animal que como ella está buscando su sitio en el mundo, mañana cuando abran la ferretería compraré arnés, mosquetón y cuerda con la que deslizarme desde mi atalaya del cuarto, sé que aunque quedan pocos días debo ponerme a dieta, mi peso quizá exceda la resistencia de los techados que separan mi bloque de la terraza de la manzana contigua. Ah!, tengo que acordarme de borrar de su lista de Reyes esa alfombra que junto al perro se pide cada año, - mamá quiero una alfombra de pelos que este suelo es muy frío, y las alfombras son cálidas, no tengo aspirador.






Autora: Arqui-Loca


sábado, 7 de enero de 2012

AZUL NECESARIO














He pensado repetidamente en lo absurdo e inoportuno que es tu recuerdo.


Podría decirte que es azul, incluso que huele a azul. ¿Lo ves?, es absurdo. Azul como el mar cobalto de este verano. Tal vez por ello no quería meterme en el agua: mojada de mar y de ti, inundada de tu olor y su sal, demasiado azul. "¡Qué rara eres, cariño!", exclamaba mi marido. ¿Ves?, inoportuno.


Y sigues allí, sin cita previa, sin permiso para continuar persiguiéndome por el parque, o acechándome en las esquinas, u observándome desde los ojos azules de cualquier hombre atractivo. Sólo por eso soy capaz de enamorarme en un segundo de un auténtico desconocido. Absurdo. Completamente absurdo.


Te he visto en los ojos de Mateo. No son tan grandes como los tuyos pero son penetrantes y azules como el mar de este verano. Me miró fijamente y le aguanté la mirada. Estoy cansada de huir del azul. Me invitó a una cerveza a la salida del trabajo. Había sido una jornada dura, no habíamos tenido tiempo ni de tomar un café, ni de comentar las pequeñas anécdotas de nuestros hijos durante el fin de semana, rodeados de cuentas y papeles, archivos y programas de la empresa. Sí, vamos al pub de la esquina.


Doblé la esquina decidida a no ser asaltada por el azul, ¿dónde vas, despistada? ya hemos llegado, y fue el azul de los ojos de Mateo el que me abordó.



- Pareces lejos de aquí – su mano sostenía mi brazo indicándome el camino.



- No, estoy aquí, justo aquí –mientras entrábamos en el Blue Soul.



Fue tan fácil. No hicieron falta palabras: una concatenación de hechos lógicos, sucedidos en armonía y complicidad. Mateo necesitaba mi sal, yo su azul. Y fuimos olas de mar.





Autora: Anabel Consejo



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