No lo soportaba más y dejó caer la piel. El dolor de su cuerpo en carne viva era más soportable que el vacío de aquella lascivia eternamente insatisfecha. Media arroba de piel quedó en el suelo, plegada caprichosamente como un ligero vestido de noche junto a sus pies. Ahora sí. Ahora sí podría amar, aligerada de aquel enfermizo deseo carnal. Nunca supo, antes de morir hueca de amor, que la piel sólo era una humilde vasalla de la lujuria. Y que ésta habitaba en otro lugar.
Autora: ANNA