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sábado, 30 de octubre de 2010

¡ANDA DAME DOS BESOS!





¡Anda riéte un poco, que ahora nunca te ries!
¿porqué no me dejas tocarte las tetas?
¡Déjame acariciarte y besarte en la boca! dijo el marido tras años de silencio.
Mientras ella , timidamente, había comenzado a conversar incansablemente con otro hombre. Palabra a palabra imaginó el deseo esquivo. El goce de dejarse lamer por otra lengua, dejarse milimetrar la piel con la medida de otras manos. Sin ninguno de los dos, pero con la idea de este último, el conversador , llegó de nuevo al éxtasis.
Después de muchos párrafos se dejó humedecer por su saliva, lenta pero urgente, el tacto sutil, disfrutó del reconocimiento en el que se demoran los desconocidos carnales.
Incluso se le erizó de nuevo el bello con la promesa de una lujuria desacostumbrada, y por fin ambos, los amantes, alcanzaron esa pequeña muerte violenta y dulce, luminosa, pero muerte al fin.
Ella rió, rió mucho aquellas dos noches, dolorosamente breves y secretas. Succionó durante horas el placer de los labios de él. Ofreció generosa sus pezones al pincel ardiente de su boca, él le dibujó exquisitos ideogramas, que ella aún no ha olvidado. Las manos de su amante sobrevolaron su espalda, con un leve y prolongado aleteo eléctrico, ella separó lo pétalos, y él libó , libó sin oposición el cáliz nocturno de la flor del deseo recién florecido.
El se tornó mariposa, lástima que antes del partir ella solo fuese capaz de decirle:
¡anda dame dos besos!



Autora: Arqui Loca




sábado, 23 de octubre de 2010

EL REGALO








Ella –la mujer que habría hecho enloquecer de lujuria a más de un hombre- me entregó el mejor de sus sueños como muestra de amor infinito hacia mí. No supe qué decirle. No la amaba, en modo alguno, pero se trataba de un regalo fabuloso, que no podía rechazar por nada del mundo, así que lo acepté de buena gana, asegurándole además que yo también la amaba, con toda mi alma. Sin duda se dio cuenta de mi mentira –nunca he sabido mentir, ni de niño-, pero hizo como si se lo creía y nos casamos. Fuimos muy felices. Tuvimos tres hijos, una casa preciosa y montones de alegrías. Nunca la amé, tal y como yo entendía que debía de ser el amor, pero nunca me sentí infeliz. Por las noches, mientras abrazaba el sueño que ella me había regalado con tanto amor, me sentía el hombre más dichoso del mundo.


Autor: Roberto Malo


sábado, 16 de octubre de 2010

EL CATALEJO






Un fugaz haz de luz iluminaba la habitación, proyectando duras sombras sobre las paredes; la multitud de enseres que se hallaban esparcidos por todas partes daban a aquel antro un aspecto lúgubre y casi fantasmagórico. Después de largo tiempo aprovechó aquel verano para visitar la abandonada casa solariega de sus abuelos. Era una construcción sencilla de dos plantas con buhardilla. En su desván solía pasar ratos maravillosos en los veranos de su infancia jugando y revolviendo entre los trastos que allí se amontonaban en anárquico desorden. La única claridad le llegaba por un ventanuco de madera hinchada y carcomida por los años, que crujía como si se quejara cada vez que se la abría. En el fondo de un viejo arcón de madera había, entre otros objetos, un catalejo de latón, una brújula de barco y un curioso astrolabio. Ponía una mesa boca abajo, ataba un rapo negro a una de sus patas y armado de una oxidada espada recorría los mares y océanos en busca del botín de algún antiguo corsario. Con el mapa de una isla desierta y una cruz en rojo que marcaba el lugar donde llevaría escondido desde antiguo el fantástico tesoro de algún malogrado capitán pirata, se hacía a la mar para vivir mil y una aventuras.
Dando rienda suelta a su imaginación y atiborrándose de fabulosas historias infantiles que devoraba con avidez desmedida, pasaba las tardes verano jugando en aquel trastero que tan pronto era bodega de barco, océano embravecido o perdida isla llena de peligros.
—¡Vamos, marineros de agua dulce! ¡Soltad amarras, levad el ancla ¡Aunque tengamos que surcar los siete mares y afrontar mil peligros, el tesoro del capitán Cook será nuestra recompensa!
Pero no fue ese tesoro el que tuvo la suerte de encontrar. En un rincón del revuelto desván, medio oculto entre un montón de trastos, vio
un pequeño baúl de mimbre que pensó le serviría como cofre del botín en
sus imaginarias travesías por ignotos parajes. Al abrirlo descubrió el mejor tesoro que nunca hubiera imaginado. El cesto estaba repleto hasta los bordes de una multitud de tebeos e historietas, que harían sus delicias en aquellas tardes veraniegas y llenarían su cabeza de maravillosas e inimaginables fechorías. Desde entonces en aquella estancia se mezclaron, entre otras, las hazañas de "El Capitán Trueno", "El Jabato", "El Guerrero del Antifaz" y "Roberto Alcázar y Pedrín" entre otros. Todos sus personajes, en tropel algarabía, desfilaban por su mente infantil viviendo con ellos arriesgadas e inverosímiles aventuras.
Cuando abrió el ventanuco volvió a chirriar de nuevo, como entonces, en lo que a él le pareció un quejido lastimero por haberse atrevido a despertarlo del insondable sueño de los años. Alguno de los objetos que retenía en su memoria desde siempre habían desaparecido, como el baúl de los tebeos o la mesa sobre la que navegara en sus aventuras. Tampoco pudo encontrar la brújula ni el astrolabio. Sólo el catalejo de latón, lo cogió entre sus manos con cuidado como si hubiera hecho el mayor de los hallazgos y acarició su pulida superficie con nostalgia como queriendo extraer de él jirones de su infancia. Intentó desplegarlo, pero estaba atascado y, al forzarlo, se abrió en dos partes dejando caer al suelo un papel apergaminado. Se trataba de una carta en cuyo interior había una antigua fotografía de un joven ataviado con e1 típico uniforme a rayas de los soldados de la guerra de Cuba. Después de mirar atentamente la fotografía, pasó a su lectura, cuyo contenido transcribo a continuación:
Barcelona 17 de agosto del 1896
Mi querida Sara:
Cuando recibas esta carta ya estaré lejos, pues esta misma noche embarco rumbo a La Habana. No me da miedo entrar en combate ni enfrentarme a mil peligros ni a terribles enfermedades, lo único que temo es estar lejos de ti mucho tiempo –sólo Dios sabe cuánto durará esta guerra– y no poder estrecharte entre mis brazos. Todo se me hará más llevadero pensando que a mi regreso podremos estar juntos y realizar todos nuestros sueños.
Te quiere. Tu amado
Mauricio.
La lectura de aquella carta le intrigó profundamente. ¿Quién era aquella misteriosa Sara de la que nunca había oído hablar en su familia, a quién iba dirigida esa romántica carta de despedida? ¿Quién era el tal Mauricio de quien tampoco tenía noticia alguna? y sobre todo ¿qué ocurrió con los dos enamorados?
Tanto le impresionó su descubrimiento que se quedó absorto durante unos minutos contemplando la carta y la foto sin poder dar crédito a sus ojos. De improviso, recordó una historia que había escuchado en su casa siendo niño: una tía lejana de su madre se había arrojado al mar desde un acantilado al recibir la noticia de que su novio había muerto en la guerra. Era muy probable que esos fueran los personajes de la carta. Pero ¿cómo y cuándo había llegado al interior del catalejo? Sorprendido por el hallazgo no se fijó en un libro lleno de polvo que hasta ahora no conocía. Lo abrió con curiosidad y comenzó a leer lo que parecía un libro de viajes. El protagonista era un marinero que, al parecer, recorrió el mundo en busca de aventuras. Se sentó en una hamaca junto a la ventana y se enfrascó en su lectura. Recorrió los lugares más misteriosos que nunca hubiera imaginado junto a él: la selva del Amazonas, ríos inmensos e inhóspitas y lejanas tierras. En una de sus visitas a tierra firme, se introdujo en la ciudad y fue recorriendo sus calles con afán como si fuera en busca de algo o de alguien. Llegó a una casa solariega cuya puerta encontró abierta, llamó a sus dueños, pero no escuchó respuesta alguna. Recorrió el salón, subió al primer piso, al no ver a nadie se dirigió a la buhardilla, abrió la puerta y descubrió a un muchacho sentado en una hamaca que leía con gran interés un libro.
—¡Nunca debiste leer esa carta, canalla!
Al escuchar su voz se giró hacia él y con un gesto de horror en su rostro balbució:
—¡Mauricio!
Fueron sus últimas palabras antes de caer desvanecido . Al día siguiente unos vecinos encontraron el cadáver, tenía un libro en las manos, los ojos abiertos y una extraña mueca de pánico en su pálida cara.



Autor: Ricardo Fernández Moyano


sábado, 9 de octubre de 2010

FANTASÍA CON LOBOS





Siempre pensé que Carlitos Calderón podía ser un hombre lobo, ya que doña Melquiada, hace años, me había hecho saber sus sospechas, pero el miedo comenzó a obsesionarme en los últimos meses cuando supe que la gente de la aldea comentaba la extraña ausencia de gatos y perros en las callejas.

Hace unas semanas, en la noche, entre gritos, alguien nos dijo que en el corralón del Cristo habían acorralado a una bestia peluda a la que habían sorprendido cuando con sus colmillos de sangre estaba degollando al perro de Aixa, la morisca de la Mancebía. Todos los hombres, armados de hachas y hoces, acudimos al corralón.

Antes de ser colgado, Carlitos habló:

-Desde hace años mi alma no me pertenece… Suplico la vida de mi cuerpo… Respetadla y os concederé un deseo… Mi pacto con Satán permite que pueda hacerlo realidad. Solo pido conservar la vida… Nunca volveréis a verme.

Los hombres, sin dejar de blandir las hachas, cruzamos nuestras miradas. En los ojos de todos relucía un inesperado fulgor… Los que estaban forzando la soga aflojaron la presión. Al poco, todos iniciamos el regreso a nuestras casas mientras la fiera se alejaba en la oscuridad.

Fue así como desde aquella noche en los cuerpos de nuestras mujeres se instaló de nuevo el deseo que acosa a las vírgenes.





Autor: Antiqua


sábado, 2 de octubre de 2010

VENDRÁS...






Vendrás en cosa de una media hora. Estarás ahora caminando por nuestra calle, pisando las hojas de los castaños que ya han caído. Siempre te relaja el sonido de las hojas romperse bajo sus pies. Entrarás, dejarás las llaves en el recibidor, te quitarás la corbata, los zapatos y el traje. Entrarás en la ducha y dejarás que las ideas salgan de tu cabeza y se vayan por el desagüe. Dejarás que se escurran con el jabón y desaparezcan por las tuberías. Te vestirás con el pijama, comerás un par de piezas de fruta para hidratar tu garganta.Bostezarás y sonreirás cuando acaricie tu nuca. Veré cómo tu carne se estremece y se excita cuando sople detrás de tu oreja. Querrás meterte en la cama y jugaré con tu cuerpo hasta que te quedes dormido...Cuando lo hagas, volveré a entrar a esa dimensión de la que salgo sólo cuando llegas a casa. Volveré a entrar en esa pared dónde me emparedaron, esperando a que,de nuevo, atardezca para poder jugar contigo.



Autora: Belén Inred



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