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sábado, 23 de junio de 2012

FRANQUEAR EN CASO DE HALLAR DESTINO





Noto cierto cambio en la estanquera de mi barrio, su aspereza ha mutado en cordialidad, he debido pasar a la categoría de cliente, ya no compro sellos, ahora fumo, mientras escribo cartas que nunca franqueo, quizá todo era humo.



Autor: Roberto Martín Granado


sábado, 16 de junio de 2012

LA ASTUTA HERMANASTRA




A las doce en punto de la noche, Cenicienta pierde un zapato mientras sale a la carrera del baile real. Esto lo observa una de sus hermanastras; como se conoce el cuento, se calza en un segundo el zapato de Cenicienta y deja en su lugar uno suyo. Cojeando ligeramente, la hermanastra se aleja del baile con una amplia sonrisa.


Autor: Roberto Malo


miércoles, 13 de junio de 2012

sábado, 9 de junio de 2012

BAILANDO




Mientras en la vieja radio sonaba Perry Como, la mujer recogía el desayuno. El día era gris, y nadie le había dado los buenos días. Se aferró al palo de la escoba, y danzó al son de la música. Si hubiese mirado por la ventana, me habría visto con mi ramo de flores, mi vestido de fiesta y los mocasines italianos. Pero comprendí que no podía hacerla mas feliz que en ese momento de soledad.


Autor: Gabriel del Molino



sábado, 2 de junio de 2012

SADISMO INSOPORTABLE




No me molestaba que me apretara las muñecas con el empeño de un grumete novato ni que me colgara de los pezones pinzas cada vez más pesadas y rígidas, ni siquiera que anudara a mis tobillos unas gastadas cuerdas de liza que ya no valían ni para empaquetar bultos inservibles. Lo verdaderamente insoportable era que, tras vendarme los ojos y forzar en mi torso un gesto de absoluto abandono, no saliera de su boca la más tímida imprecación o el más comedido insulto: su silencio era todo lo que me regalaba, un silencio que llegaba a mis oídos como el más violento de los desprecios. Eso era lo que más me dolía, su ausencia de verbo, sobre todo al pensar que me había conquistado con versos como este: “el dolor de tu gesto se eterniza en mi boca como el aliento perdido de millones de noches”. Por eso tampoco me permití jamás el menor quejido ni el más leve gesto de sufrimiento: a la brutalidad de su silencio solo quedaba oponer la ferocidad de mi indiferencia, la evidencia de la ineptitud de sus actos. Yo también sé alcanzar los límites de impudicia.



Autor: Carlos Manzano

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