Me regalaron una llave, una hermosa llave, y lo hicieron (de esto no me cabe la menor duda) con la mejor de las intenciones. Pero deliberadamente o no aquél resultó ser un regalo fatal que vino a cambiar de forma radical mi vida.
No puedo tenerlo más claro. Desde el preciso instante en que la pusieron en mis manos (aquí la tengo en mis bolsillos) la llave me domina, es la dueña de mi voluntad y yo soy fatalmente su esclavo, pues de la mañana a la noche busco con obcecado afán (no hago otra cosa) la puerta que abre, la puerta en la que se halla la cerradura en la que a de encajar, la puerta que habrá de llevarme a saber a qué recámaras y/o habitaciones ignotas, secretas, a qué otros ámbitos enrarecidos, a qué extremas dimensiones de lo desconocido…
No puedo tenerlo más claro. Desde el preciso instante en que la pusieron en mis manos (aquí la tengo en mis bolsillos) la llave me domina, es la dueña de mi voluntad y yo soy fatalmente su esclavo, pues de la mañana a la noche busco con obcecado afán (no hago otra cosa) la puerta que abre, la puerta en la que se halla la cerradura en la que a de encajar, la puerta que habrá de llevarme a saber a qué recámaras y/o habitaciones ignotas, secretas, a qué otros ámbitos enrarecidos, a qué extremas dimensiones de lo desconocido…
Autor: Carlos Enrique Cabrera
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