Esta primavera decidí beberme el río Ebro, una ancha y sinuosa arruga que atraviesa la tierra aragonesa. Abordé mi plan con absoluta determinación, como quien afronta convencido un proyecto insondable. Cada ruborizado atardecer me agachaba junto a la orilla y sorbía despacio, durante horas. Me tragaba todo lo que llegaba a mi boca: agua, barro, peces, troncos a la deriva, todo. Saciado, volvía a casa contento, viendo detrás de mí a un gigante reducido poquito a poco. No le conté a nadie mi secreto, hasta que la gente empezó a advertir el descenso de caudal. Llegó el verano y se podían ver los peces en el fondo, y las basuras que los niños arrojaban. Todos hablaron de deshielos, cambios climáticos y falta de lluvias.
Tontos, ninguno cree que fui yo cuando declaro mi culpa desde el puente.
Tontos, ninguno cree que fui yo cuando declaro mi culpa desde el puente.
Autor: Oscar Bibrian
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