Querida L:
Como no he sido capaz de confesártelo asomado al balcón de tus dulces reproches, he decidido escribir esta carta. Ciertas son tus sospechas. Después de tanto tiempo, aún sigo dudando. Es curioso. Nos conocemos desde hace veintiocho años, aunque seguramente quise quererte ya antes, y desde entonces, por alguna extraña razón, la duda se instaló en mí. No es tuya la culpa. Algunas veces me veo, a escondidas y abochornado, registrando tu cartera. Sé que no está bien, pero me avergüenza aún más admitir mi desazón. Ni siquiera después de que aquel juez decidiera, diez años más tarde, que a partir de entonces seríamos marido y mujer -¡como si a mí me importara su opinión...!-, quedé curado de incertidumbre.
Ayer volví a hacerlo. Podía habértelo preguntado sin más.¿Otra vez? Pero no. No lo hice. No quise que supieras que seguía siendo incapaz de repudiar a la duda. Cuando vi el bolso abierto sobre la mesa, no pude resistirlo. Nervioso, saqué tu cartera. En la segunda planta, sobre la madera del primer peldaño, sonaban ya tus pasos. Como un heraldo que anuncia la llegada de su graciosa majestad. Encontré lo que buscaba. Volví a guardarlo, temblón y torpe, en el mismo compartimento que mis nervios habían encogido de repente. Antes de que tus pies, que ya se intuían por entre los barrotes de la barandilla, te apearan junto a mí, todo quedó de nuevo en su sitio. Bueno, todo menos la duda. Aquella fecha en el dni la disipó. ¡Tu cumpleaños era, es, el quince de Julio y no el veinticinco! ¡Maldita sea! Nunca entenderé por qué todos los años, desde que te conozco, brinco angustiado entre esas dos fechas sin saber en cuál posarme definitivamente. Nada pasó en mi vida un veinticinco de Julio que me haga confundirlas. Al menos nada más importante que tu principio.
Pero es lo que tiene que todos los días a tu lado sean especiales ¿cómo distingues unos de otros, tan iguales y tan mismos? Sé que la costumbre es felicitar a quien los cumple, pero a estas alturas ya tendrás noticia de mi alergia a lo políticamente correcto. Así que permite que me felicite tu cumpleaños y que seas tú la regalada. Aunque sólo sea porque siempre hueles a ti. Porque tu mirada me sigue refrescando en sus verdes aguas. Porque aún se te emociona la piel cuando me intuyes inmediato. Porque nunca exiges nada. Por todo eso, porque te quiero y por este cobarde egoísmo mío, que necesita que cumplas muchos más. Que siempre cumplas uno más para que mi lunario no te alcance. Para no tener nunca que olvidar tu ausencia. Para que jamás me falte tu sonrisa. Para que te quedes tú cuando, al final de nuestro aún lejano invierno, juguemos al escondite por última vez.
Tal día como hoy, diecisiete años antes de conocernos, comenzaste tu viaje por la vida. Me felicito por ello. Gracias por regalarte a mí todos los días. Hoy estás un año más hermosa.
Valencia a veinticinco quince de Julio de 2009
P.D.: Cariño, como esta mañana cuando me marché aún estabas dormida -¡y tan guapa!-, te recuerdo que hoy sí voy a comer a casa y que luego, por la tarde, vamos a Mediamarkt a comprar el aparato de la cera para que el niño se quite los pelos de las piernas. ¡Valiente mariconada!. ¡Ah! Y que el regalo, el de verdad, se me ha olvidado comprártelo, pero como sé de tu desapego por lo material -así me lo dicen los extractos bancarios-, estoy seguro de que no te importará.
Autor: Anónimo ( desea serlo)