Nos veíamos a menudo. Al menos una vez por semana. Ella siempre venía con un libro en la mano. Lo llevaba forrado, no le gustaba que nadie supiese que estaba leyendo. A mi si que me dejaba mirarlo. En una ocasión, lo terminó mientras estábamos en el parque. Inmediatamente, le quitó el forro, lo guardó en el bolso, sacó uno nuevo, le puso el forro, y comenzó a leer. Cuando apenas llevaba unas páginas, lo cerró y lo dejó sobre la mesa.No quiero que pase tiempo entre que termino uno, y empiezo el otro, me dijo. Si tengo algo que leer, continuó, pienso que no vendrá la muerte a por mi. No puede venir si estoy con una historia a medias. Es una forma de ser inmortal.
Autor: Gabriel del Molino
¡Qué hermosa conclusión! Me ha pillado desprevenida.
ResponderEliminarEnhorabuena: breve y tajante.
Laura
Muy bonito y sorprendente final. Siempre hay que terminar lo que se empieza.
ResponderEliminarEstupendo remate. Si la cosa fuera así...
ResponderEliminarBella reflexión.
ResponderEliminarQuizás la lectura cautivadora suspenda el tiempo mientras leemos.
Abrazos.
Intentaré seguir el consejo, por si fuera verdad.
ResponderEliminarBesos.
Supervivencia, pura supervivencia. Estupendo,Grabiel.
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