Ya se iba a la cama cuando se le ocurrió aquel relato genial y ya no durmió en toda la noche (le resultó imposible desprenderse del asiento) escribiéndolo. En la mañana leyó con emocionada voz el texto ya del todo concluido a su mujer (una taza de humeante café en la mano) que fue viendo con creciente interés cómo la vida de ambos se describía de forma minuciosa en aquellas páginas memorables. Al final, con un júbilo y regocijo infinitos, tal como el cuento describía en su magistral desenlace con asombrosa verdad, los dos quedaron incorporados a su trama sutil.
Autor: Carlos Enrique Cabrera
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