Hoy me levanté de la cama y entré al baño a asearme, como hago de forma habitual y rutinaria cada mañana, y al mirarme detenidamente en el espejo del lavabo, no me reconocí. El rostro que me observaba desde la pulida superficie poblada de engañosos reflejos era sin duda el rostro de otro, de ningún modo el mío de siempre.
Y horror de horrores: al momento de vestirme tampoco mi ropa me sirvió.
Y horror de horrores: al momento de vestirme tampoco mi ropa me sirvió.
Autor: Carlos Enrique Cabrera
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