No era ni temprano ni tarde, simplemente era la hora que no tenía que ser. No encontró su ropa al levantarse, ni los zapatos. Un viejo pijama era su única vestimenta.
Trató de recordar cuando había llegado allí, con quien, a que hora, pero su mente estaba en blanco. Recordaba la habitación, la casa, pero estaba seguro que no era la suya. Se asomó a una ventana, una avenida pero casi vacía, apenas unos coches y unos viandantes allá abajo, a ocho pisos de altura. Se acercó al baño, orinó. Pasó a la cocina, busco algo de comer. La nevera llena de comida, cogió una caja de leche y unos bollos de la encimera. Calentó el desayuno y se lo tomó. Puso la radio, noticias.
"Faltan dos horas y cuarenta minutos para el final" . Solo se escuchaba una cuenta atrás y algo de música en otras emisoras. Buscó una tele, la encontró. La encendió y lo mismo que en la radio: "Faltan dos horas y treinta y dos minutos para el final". Ahora no había nadie en la calle. Se quedó esperando. Dentro de ciento cincuenta minutos sabría la razón por la que estaba allí.
Trató de recordar cuando había llegado allí, con quien, a que hora, pero su mente estaba en blanco. Recordaba la habitación, la casa, pero estaba seguro que no era la suya. Se asomó a una ventana, una avenida pero casi vacía, apenas unos coches y unos viandantes allá abajo, a ocho pisos de altura. Se acercó al baño, orinó. Pasó a la cocina, busco algo de comer. La nevera llena de comida, cogió una caja de leche y unos bollos de la encimera. Calentó el desayuno y se lo tomó. Puso la radio, noticias.
"Faltan dos horas y cuarenta minutos para el final" . Solo se escuchaba una cuenta atrás y algo de música en otras emisoras. Buscó una tele, la encontró. La encendió y lo mismo que en la radio: "Faltan dos horas y treinta y dos minutos para el final". Ahora no había nadie en la calle. Se quedó esperando. Dentro de ciento cincuenta minutos sabría la razón por la que estaba allí.
Autor: Gabriel del Molino
El suspense del relato se me ha quedado colgado del reloj. El final lo debo imaginar... Y ese es un trabajo extra al desenmarañamiento de las palabras.
ResponderEliminarTodavía estoy pensando. Todavía me resisto a pensar lo peor. Pero, incluso así, ¿por qué estaba allí?
Gabriel, te pido ayuda. Urgente.
¿La recibiré? Eso también me inquieta.
Laura
Formidable.
ResponderEliminarHay tiempos fuera del tiempo que sólo se comprenden a posteriori.
Y nuestra papel en él.
Enhorabuena por tan excelente relato.
Estupendo relato. El final suele ser el único momento en que estamos en disposición de comprender. ¿Habrá segunda parte?
ResponderEliminarAbrazos sendos.
Y tal vez sería demasiado tarde.
ResponderEliminarBesos.
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarAnónimo no me importan tus razones buenas o malas pero aquí no tiene nada que ver lo que contabas...lo siento.
ResponderEliminarEs inquietante el relato, lo de esperar sin comprender lo que más.
ResponderEliminarUna vez un niño me dijo: "Era tan tarde que casi no era ninguna hora"
Besos,
Me temo que las segundas partes no suelen ser buenas, y en este caso no me arriesgaré.
ResponderEliminarGracias a los que les ha gustado
La amnesia escogió un mal... o buen momento para aparecer. No me gustaría estar dentro del enigma, pero si conocerlo. Expléndido micro-relato Gabriel. Nos has dejado en un: ay!
ResponderEliminarBesos