Observo desganadamente el ir y venir de mis torpes y solitarios pasos. Observo los desgastados movimientos de mi cuerpo, la agitación de un pelo pajizo por culpa del viento, la dejadez de un aspecto tantas veces mágico. Mis ojos reprimen continuamente las desesperadas ganas de romper a llorar. Sé que si empiezo ahora, jamás podré acabar. Pero, ¿qué es aquello que, de forma tan esperanzadora, me obliga a seguir adelante? ¿Por qué no empezar a llorar, por qué no acabar con tanto sufrimiento?
No sé qué eres. No sé por qué me haces esto. Déjame, déjame llorar. No tengo nada que perder, porque ya lo he perdido todo. Deja que me convierta en un mar de melancólicas lágrimas, en el mar de la tristeza. Desaparece, para que pueda dejar de obligarme a dar cada uno de mis pasos, para que por fin mis temblorosas rodillas puedan caer, y con ellas, mi cuerpo, y mi alma.
Autora: Llanos Enguídanos
1 comentario:
Me gusta la limpieza con la que resbala el texto hasta el acto básico de hicar las rodillas en el suelo.
El hundimiento total del ser tras el naufragio, narrado con la lupa de una lágrima.
Un abrazo,
Laura
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