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domingo, 31 de mayo de 2009

INMORTAL





Nos veíamos a menudo. Al menos una vez por semana. Ella siempre venía con un libro en la mano. Lo llevaba forrado, no le gustaba que nadie supiese que estaba leyendo. A mi si que me dejaba mirarlo. En una ocasión, lo terminó mientras estábamos en el parque. Inmediatamente, le quitó el forro, lo guardó en el bolso, sacó uno nuevo, le puso el forro, y comenzó a leer. Cuando apenas llevaba unas páginas, lo cerró y lo dejó sobre la mesa.No quiero que pase tiempo entre que termino uno, y empiezo el otro, me dijo. Si tengo algo que leer, continuó, pienso que no vendrá la muerte a por mi. No puede venir si estoy con una historia a medias. Es una forma de ser inmortal.








lunes, 25 de mayo de 2009

SAMARCANDA BLUES






Cuenta el sabio Abu Bashir Ahmed Rashid al-Baqr que en otro tiempo Samarcanda era de oro. Que sus cúpulas y muros refulgían al sol de tan prodigiosa manera que el viajero no avisado se arriesgaba a quedarse ciego para siempre si, al encontrarse tras la última loma su tranquila silueta, plácida, lánguidamente descansada sobre la arena del desierto, no ocultaba a tiempo sus ojos a tan magno impacto. Que bajo la capa dorada de sus brillantes templos y palacios se extendía una alfombra de colores, una apoteosis de esencias, una catarata de voces emitidas en todas las lenguas conocidas. Que su cielo azul parecía tejido de esa seda para cuyo tránsito era precisamente Samarcanda un majestuoso puente entre China y Europa, una puerta edificada de piedras preciosas, especias, música y ricas telas teñidas de arco iris y polvo de oro. Que sus torres y minaretes eran tan altos que desde ellos podían alcanzarse las patas del Sagrado Trono de Alá...
Sin embargo, nos advierte el sabio Abu Bashir Ahmed Rashid al Baqr de que tal paraíso en la tierra se edificó sobre una orgía de fuego y muerte. Que, deseoso de superar al gran Gengis Khan en hazañas y crueldad, el sanguinario Tamerlán puso los ojos en la misma ciudad que aquél redujo a cenizas siglos atrás y que, contrariado por la resistencia que sus habitantes opusieron, ordenó su decapitación y muerte y la construcción de una gran pirámide de cráneos vacíos sobre la que encaramarse para proclamar su grandeza. Pero añade el sabio que, una vez satisfecha su sed de destrucción, erigido por encima de las torres de la ciudad, Tamerlán fue poseído súbitamente por una fiebre. Que, tocados sus ojos por la belleza que aún se levantaba a su alrededor, deslumbrado por los rayos del sol en los minaretes de la ciudad y embriagado por los aromas que conseguían, pese a todo, abrirse paso entre la putrefacción de la muerte, se enamoró de ella de modo tan enfermizo que ya nunca quiso abandonarla, para descontento de sus lugartenientes más belicosos, ansiosos de continuar sus razzias hacia poniente. Así fue cómo un asesino dio a Samarcanda el esplendor que jamás volvió a alcanzar ciudad alguna. Y tanto se enamoró de Samarcanda, tanto la cuidó, tanto la embelleció, que Samarcanda le perdonó su pasado y se enamoró de él. Y tan poderoso y tan fuerte fue este amor, que a la muerte de Tamerlán le siguió la lenta, triste e incesante muerte de Samarcanda. Atrás quedaron el oro y la seda, el esplendor y la gloria; en la Samarcanda uzbeka sólo sobrevive la arena del desierto en torno a un cadáver encerrado en un sarcófago de cemento de la era soviética. La tierra a la tierra, la ceniza a la ceniza, el polvo al polvo. Ya nos lo advierte el sabio: la gloria no es más que una montaña de cráneos vaciados.




Autor : Alfredo Moreno


viernes, 22 de mayo de 2009

LA REFRACCIÓN DE LA LUZ






Cuando éramos niñas, Olga se cortó en la cara con un cristal que no había visto. Yo iba con ella cuando sucedió. Era mi mejor amiga. Jugábamos a “Embrujada” en las escaleras de la estación del metro. Pero ese día no voló. Llegó a casa llena de sangre. Yo estaba muy asustada porque pensé que se moriría. Tanta sangre, calle abajo, desde la estación de metro. Nos riñeron muchísimo. Nos castigaron. Pero Olga insistía en que el vidrio que la marcó no estaba allí cuando ella cayó. En que sólo apareció después, teñido de sangre. Olga no se murió. Pero al poco tiempo nos fuimos de la ciudad y no la he vuelto a ver. Se quedó atrapada en aquellos años de la infancia, sin posibilidad de regresar al presente. Se quedó en el Túnel del Tiempo, como los doctores Newman y Phillips de la serie americana de los jueves por la noche que yo veía, en blanco y negro, pero embelesada. Se quedó y nunca volvió a aparecer.


Autora : Luisa Miñana


viernes, 15 de mayo de 2009

UNA NUEVA OPORTUNIDAD







Un viento frío sacudía las calles de la ciudad por las que avanzaba un hombre con la cabeza hundida en el abrigo y baja la mirada. De este modo fue incapaz de ver como la mujer de sus sueños pasaba a su lado. Aunque sí reparó en un guante caído sobre la acera. Lo tomó en su mano con suma delicadeza recreándose en los vivos colores que lucía.
- Disculpe, se me ha debido caer del bolsillo - acertó a escuchar justo antes de perderse irremediablemente en una cálida sonrisa.





domingo, 10 de mayo de 2009

LA VIEJA ESCALERA




Sus pasos iniciaban un titubeo en el preciso instante en que peldaño a peldaño, pisaban la vieja escalera. La misma, que en su niñez, descubrió un día alcanzando su final, y convirtiéndolo en su rincón secreto.
Crujidos aislados le susurraban imágenes de días pasados, y buscó recuerdos entre paredes viejas de madera, movió con esfuerzo baúles llenos ilusiones, de tiempos pasados y promesas hechas de las que jamás te olvidas. Sus manos acariciaron los sueños allá guardados, mientras que sus ojos, en el mar de la añoranza.
Sus labios anhelaron aquel primer beso, dibujó su rostro en el aire y beso nuevamente sus labios… ese minucioso instante en que la inocencia de sus 17 años, los cobijaron en dudas y miedos y aun así, decidieron entregarse… una carne trémula despertaba, entre palabras aprendidas, de versos oídos en el eco de un trovador, y el gemir de sus tempranas voces eran las notas musicales de una nueva canción…
Se sonrojó por lo que había sentido en éste preciso instante. Se sentó sobre el viejo baúl, y le dio una pausa a sus deseos.

Te vi llegar, -le dijo ella- y él se sorprendió. La miró, y observó aquel cuerpo de mujer, sus zapatos negros de tacón, su falda moldeando sus caderas, su blusa hospedando sus pechos, y sus labios albergando besos…

Y sus pasos iniciaban un titubeo, en el preciso instante en que anhelaron tocarse…
Y en el silencio del atardecer, se oyó gemir.


Autora: Sarbalap



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